Nota preliminar: esta historia nació de una anécdota que a mi papá le gusta mucho contar. Otro elemento que veo en retrospectiva, el cual me ha interesado mucho de unos años para acá, es la mentalidad tan compleja que tenemos como chilangos respecto al resto del país. Es muy interesante explorar estas burbujas que se encuentran dentro de más burbujas en una suerte de matrioshka que, lejos de causarnos una carcajada, nos divide en tantos niveles y en tantas categorías y subcategorías que pareciera que nos forzamos de manera constante a no reconocer una identidad en común que nos pide a gritos reconocimiento para empezar a sanar.
MTP, 2020.
Fuimos a jugar un partido contra los pinches rancheros en su pueblo. Era de Liguilla así que había que chingarle, aparte quería quedar campeón con el equipo que me vio nacer antes de irme al gabacho a empezar mi retirada…
El vuelo se retrasó, porque los vuelos a provincia siempre se retrasan. Nos subieron en uno de esos que con cualquier vientecito ya hay una turbulencia bien pinche recia, en especial para alguien como yo que odia los aviones pero, ¿Qué podía esperar yo de una aerolínea regia? Ni modo.
Al llegar al hotel todos se fueron a dormir para el gran partido del día siguiente, yo me quedé con el entrenador a repasar jugadas a balón parado y contragolpes. No mentiré: hubo un par de cervezas involucradas. Éramos los favoritos para pasar a la primera semifinal, nada podía salir mal, de veras.
Desde que salimos del hotel sentí todo en mi contra. El pueblo me quería linchar, ¿Soy culpable de ser leyenda viva y activa en el fútbol nacional? En parte sí por mi talento, ¿Cuántos de mis paisanos se pueden jactar de tener una gambeta con su nombre? Pero los provincianos no entienden eso. Todavía mis hermanos chilangos saben respetar, pero fuera del D.F. no hay valores, con trabajos hay chapopote. Todo el camino al estadio, desde que salimos del hotel fueron insultos en mi contra. Ya calentando en la cancha no dejaban de lanzarme chelas (espero), comida, etc. Yo ya me andaba enojando, pinches provincianos.
Comenzó el partido y empezaron las verdaderas agresiones:
“Pinche jorobado”
“Regrésate a Tepito”
“Pinche naco”
“Pinche feo”
Todo el partido no paré de hacer faltas, andaba encabronado. Me amonestó el arbitro mientras me decía al oído “bájale de huevos”. Tengo fama de grosero y naco pero es sólo porque me provocan, si no yo sería bien pacífico, lo juro. Los insultos no pararon y pos yo tampoco paré con las faltas hasta que me expulsaron y todos me gritaron de cosas. Me hice lo más pendejo que pude para salirme de la cancha y hacer a todos perder tiempo; un abrazo por aquí, una agujeta desamarrada por acá… Al final, la salida a los vestidores estaba justo debajo de la porra de los regios y agarré y les dije:
“¡Yo también los quiero pinches rancheros!” mientras les sonreía. Esto los hizo enojar aún más, pero por suerte ya estaba protegido en las duchas.
Ese fue el momento de mi vida en el que por primera vez pensé en dedicarme a la política, pero fuera del D.F., para intentar ayudar a los compatriotas no capitalinos.
Ciudad de México, 2016.
© 2020 Mauricio Tinoco Pérez
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