Texto publicado originalmente en Aire Libre el 22 de octubre de 2021
El fin de semana pasado, como ya fue noticia y trending topic, murió Felipe Cazals, uno de los nombres más importantes del cine nacional. En Las poquianchis (1976) nos da una lección de cómo hacer una película que tiene una narrativa principal y, a la par, una oculta.
Ver esta película estelarizada por Diana Bracho, Salvador Sánchez y Enrique Lucero, entre otrxs, fue una experiencia reveladora. No sólo para reafirmar el lugar de Cazals en la historia, sino para entender cómo su influencia se refleja en el cine mexicano de nuestros días.

La historia va de tres hermanas que son dueñas de un prostíbulo. Van de ciudad en ciudad engañando a padres de niñas adolescentes para llevarlas a trabajar “como meseras” a sus restaurantes. Una red de corrupción permite a estas tres hermanas vivir en la gloria de la impunidad, a costa del dolor y sufrimiento de las jóvenes raptadas. De 1951 a 1964 estas hermanas, con ayuda de las adolescentes raptadas, asesinan a uno que otro cliente, pero, sobre todo, matan a las trabajadoras que “ya no les sirven”, mientras otras mueren víctimas de abortos clandestinos.
La película comienza por el final, hacia 1964, cuando el declive y la decadencia ha caído sobre todas estas mujeres. Las autoridades del estado de Guanajuato (que es donde transcurre casi toda la película) detienen a todas, mientras que en el patio de la casa donde son detenidas, otros policías y forenses comienzas a desenterrar cuerpos y cuerpos de mujeres. La prensa amarillista las apodó con el nombre de su antro/bar: “Las Poquianchis”. Basada en la historia real de las asesinas seriales más sanguinarias que ha habido en México.

Lo que es más admirable de esta película es su capacidad de fragmentar los tiempos. De un momento a otro, saltamos de 1951 a 1964 y todo se entiende. No hay nada fuera de lugar o que sobre, sino que cada emplazamiento cumple una función única para la película. A la par de la historia principal se desarrolla la narrativa de Rosario, un campesino que le vendió a sus dos hijas a las Poquianchis. Él, después de dar a sus hijas a cambio de $100 pesos, se ve envuelto en una serie de dificultades al perder sus tierras, igual que sus vecinos, a manos de “empresarios poderosos” que criarán toros.
Es a través de todas estas líneas narrativas que entendemos que la película va mucho más allá de Rosario o las Poquianchis; es una reflexión de la vida en México, de su corrupción, de la indiferencia que tenemos ante lxs más vulnerables. Impresiona ver cómo las autoridades visitan el prostíbulo de manera regular, pero es espeluznante ver a una de las prostitutas asesinar a su propia hermana (probablemente una de las mejores escenas en la carrera entera de Diana Bracho, que interpreta a la hermana asesina).

Con esta y otras películas, Cazals trazó una forma de contar historias que hoy en día se sigue utilizando; basta observar con atención Y tu mamá también (2001) y el subtexto del turbulento año 2000 en México, Amores Perros (2001) y su retrato de realidad marginal o Roma (2018) y su importancia y actualidad a pesar de estar ambientada en la década de los 70.

Las Poquianchis es una demostración de que, aún en uno de los peores momentos para el cine nacional, cuando la época de oro había ya terminado y donde todo se concentraba en las ficheras y la televisión, existió un rayo de esperanza de películas que buscaron proponer y aportar elementos nuevos al lenguaje cinematográfico.
Y todavía más allá, existieron personas que fueron críticas de lo que se vivió en su tiempo. Hoy, podemos decir con toda sinceridad que estamos igual o peor que antes, pero siguen habiendo esos mismos rayos de esperanza que impulsan el cine, el arte y la cultura a sobrevivir en un país donde todo esto siempre se ha dado por sentado.
© 2021 Mauricio Tinoco Pérez
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